jueves, 3 de abril de 2008

Presentación y Prólogo

PRESENTACIÓN -FRUTO VIVAS.
Una de las más importantes virtudes del hombre es la memoria. Atesorar recuerdos, atesorar etapa claves de la vida, atesorar vicisitudes, así se ha escrito la historia de la humanidad y aquí en este libro lleno de encanto de volver a ver los días andados en la infancia entre cometas, tiros y voladores donde Rafael con un verbo sencillo y apasionante nos muestra todo el camino andado de mi padre maromero y aprendiz de brujo, los días bucólicos de los baños en la quebrada, de los toques de matracas y cuando eramos monaguillos al calor de un catolicismo místico y lleno de grandes lecciones éticas, del calor hermoso de un pueblo, lleno de un gran encanto donde todos nos conocíamos, donde podíamos decir, porque hoy en éste mundo atiborrado donde todo ese encanto se perdió nos vemos obligados a volver a esos días para buscar hoy, aunque sea un rincón donde sentir ese inmenso calor de nuestros primeros años, decimos con cariño: recordar es vivir.
En este libro de Rafael están nuestros primeros pasos, dice con orgullo quienes fueron José H. y Blanca María, como regresaron desde Ricaurte con un cargamento de hijos, de fortaleza, de hidalguía a montarse en los Páramos Andinos metidos en un toldo de lona a ver hacer la primera carretera que llegaba a Los Andes. Después de hacer un nido de tapia pisada en Cordero, montar una panadería, una bomba y ser el curandero de los males del pueblo, allí en El Sol de Los Andes, donde le quiero agregar una anécdota hermosa al libro de Rafael, de por qué se llamó El Sol de Los Andes.
Mi papá llamó a Belisario Rangel, pintor de avisos de carretera, compañero de Armando Reverón en París, para que le pintara el nombre de la casa y le dijo: Ponga EL luego pinte un cordero y después ponga DE LOS ANDES.
El primer camionero que pasó dijo: "El ovejo de Los Andes" , el segundo dijo: "El chivo de Los Andes".
Y papá con precisión dijo: " Borra esa vaina y pínteme el sol", y así nació "El Sol de Los Andes".
PRÓLOGO - RAFAEL VIVAS.
Mi padre José Horacio Vivas Becerra (José H.) entre los años de 1920 y 1925 estuvo exiliado en Colombia debido a que él y sus hermanos Efraín y Luis eran amigos y seguidores del ilustre General Juan Pablo Peñaloza, célebre guerrillero enemigo del Gobierno de los hermanos Gómez (Juan Vicente y Eustaquio), Presidente de Venezuela uno y Presidente del Táchira el otro.

Detenido el General Peñaloza en la cárcel de La Rotunda y transferido del Táchira el General Eustaquio, el Presidente Gómez decretó una amnistía pudiendo regresar los exiliados a su Patria.

Al regreso del exilio, mi padre obtuvo trabajo como Caporal a las órdenes de los hermanos Díaz González en la construcción de la Carretera Trasandina en los sectores de Mesa de Aura, Páramo de Zumbador y Páramo de La Negra.

En ese entonces armaba mi padre un gran toldo de lona (carpa de campaña) que se mudaba de sitio al ritmo de los avances de los trabajos en la carretera y allí vivía con mi madre Angelina (su “Blancamaría”) y sus seis (6) hijos, tres (3) varones y tres (3) hembras, dos de ellas nacidas en Ricaurte y Cúcuta durante el exilio. Ellos eran: Pablo, Roberto, Justo, Deodá, Isaura y Livia. Allí bajo aquella carpa en una de las curvas conocidas como “La Guacharaca”, nací yo, un 24 de octubre de 1.926, al pie del Páramo “La Negra”, jurisdicción de La Grita, Estado Táchira. Dos años más tarde un poco más arriba de la curva del “Callejón del Verde” y bajo la misma carpa nacía un 21 de enero de 1928 mi hermano José Fructuoso (Fruto).

A mediados de 1928, mi padre generalmente conocido como “El tuerto José H.”, (mi padre perdió un ojo cuando una novia costurera en su juventud, en juego, le lanzó una tijera) fue transferido al caserío de Cordero, a unos ocho (8) KM de Táriba, para colaborar con el montaje del puente metálico colgante en la quebrada de “La Cordera” muy cerca del pueblo. En este caserío armó de nuevo su toldo y tal vez cansado de andar errante y ya con ocho (8) hijos a cuestas, decidió cambiar de vida. A tal efecto, compró una parcela y en unión de sus hijos varones y algunos vecinos iniciaron la construcción de una casa con paredes de tierra pisada y techo de teja.

En 1930 los hermanos Díaz González quisieron trasladarlo a río Frío, en las cercanías del río Uribante, traslado que mi padre rechazó para definitivamente residenciarse en Cordero. Posteriormente allí nacieron: Facundo, Alí, Miguel, Marcos, María Auxiliadora, Gloria y Angelinita. Esta casa hecha por mi padre, sin planos y sin ingenieros, se llamó “El sol de Los Andes”, tenía panadería, víveres y bomba de gasolina. Aquí en este caserío se empiezan a hilvanar mis recuerdos del Táchira, los que trataré de narrar tal y como van viniendo a mi mente, hoy a mis 76 años en Puerto Ordaz a finales del año 2002, ciudad ésta a donde llegué en mayo de 1960, luego de cuatro (4) años de entrenamiento siderúrgico en Italia, para la puesta en operación de la planta Siderúrgica del Orinoco C.V.G. SIDOR C.A., empresa a la cual presté servicios durante 32 años sintiéndome con inmenso orgullo de formar parte de ese grupo de pioneros y fundadores de SIDOR C.A. en incluso de Ciudad Guayana.

Como un homenaje póstumo a la memoria de mi hermano Justo, voy a incluir al final el contenido de unos manuscritos que él me envió a Puerto Ordaz.

Los cien años de Cordero, diciembre de 1971
El Cordero de Antaño que añoro de veras, enero de 1975
José H., hacedor de viviendas, junio de 1982
La luna nos hizo sol, julio de 1982
La Siempre Vivas – La Blancamaría, diciembre de 1983


Rafael Vivas Vivas – Diciembre de 2002

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