Al ponerse en servicio la nueva carretera trasandina se incrementó notablemente el tráfico entre el Táchira y el centro del país. Para los años 30 Cordero era un típico pueblito andino muy pequeño que tenía Iglesia, plaza, escuela y cementerio, habitado por un número reducido de familias todas conocidas entre sí.
Un día de 1937 un camión de carga proveniente de Caracas sufrió un accidente mecánico y permaneció varado unos tres (3) días en el patio lateral del “Sol de Los Andes”. El chofer del camión se fue a San Cristóbal a localizar repuestos y dejó el camión al cuidado de sus dos ayudantes. Estos ayudantes eran muy jóvenes no mayores de 18 años y uno de ellos llamado Felipe era de color con la piel morena típica de la raza negra.
Estos dos muchachos jóvenes del centro, eran muy alegres y simpáticos, rápidamente cordializaron con los pocos habitantes de Cordero para la época. Pero el acontecimiento del día para los habitantes del pueblo, muy en especial para nosotros los menores de edad, era la presencia de Felipe con el cual charlábamos y tratábamos con respeto y cariño, pues como nunca habíamos visto a una persona de piel negra, era lógico sentir curiosidad y admiración por Felipe.
El negrito Felipe se dio cuenta de que era el centro y la admiración en el pueblo y lo tomó con mucho orgullo por su raza, además era muy educado, simpático, servicial y resultó ser nativo de Río Chico, población del Estado Miranda.
Al tercer día el chofer terminó de reparar el camión y decidió proseguir el viaje para Caracas, pero a su ayudante Felipe se lo habían llevado los amigos de paseo para el río. El chofer esperó un par de horas y como Felipe no aparecía se enojó y se fue para Caracas, dejándole dicho que se fuera en el primer camión que pasara.
Más tarde se apareció Felipe y se encontró solo en Cordero sin dinero y sin ropa, todos vimos lágrimas en los ojos del cariñoso y alegre negrito Felipe. Ese mismo día varios adultos de Cordero le dijeron que no se preocupara, que en el pueblo siempre tendría ropa, comida y trabajo y que podía regresarse a Caracas cuando quisiera.
A decir verdad el negrito Felipe pasó unos dos (2) meses en Cordero y las familias se lo peloteaban varios días cada una, efectuando labores varias, ya que era muy trabajador y servicial. Un día pasó un camión de carga que iba para Caracas y Felipe se ofreció como ayudante y decidió regresar a su pueblo natal de Río Chico. Ese día fue la segunda vez que vimos llorar de emoción al negrito Felipe, cuando adultos, muchachas y muchachos de Cordero se reunieron en el “Sol de Los Andes” para despedirlo con abrazos y mucho cariño.
Quince (15) años más tarde y encontrándose toda mi familia en Caracas, un día a eso de las 6:00 de la mañana, mi madre con dos de mis hermanas fue para el mercado de San Juan y al llegar a la Plaza del mercado vieron a tres (3) hombres probablemente amanecidos y paloteados, tocando cuatro y cantando, de pronto una de mis hermanas gritó: “mamá el que está cantando es Felipe”, enseguida las tres se acercaron al grupo y lo llamaron: ¡¡Feliiiiiiiipe!!
Al oír que lo llamaban por su nombre, Felipe se apartó del grupo y se sorprendió al ver que una señora andina con sus dos hijas jóvenes lo saludaban y abrazaban. Ese día fue la tercera vez que lloró Felipe de emoción y alegría, cuando aquella familia andina, después de 15 años, en un amanecer de Caracas lo recordaba con cariño.
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