lunes, 7 de abril de 2008

Recuerdos de La Grita - Capt. XIV

Para mediados de 1942, nuestro hermano Pablo José ya se había casado y se encontraba en La Grita al frente de una cafetería y venta de refrescos, llamada “American Bar” junto a él, su joven y trabajadora esposa Valentina Peña.

En agosto del mismo año fui enviado a La Grita con mi hermano Fruto para iniciar el bachillerato y además colaborar con Pablo en su nuevo negocio. Fuimos inscritos en el Liceo “Jáuregui” para iniciar el bachillerato.

La Grita es una ciudad con un clima muy agradable y frío que se encuentra al pie del páramo de “La Negra”, en una meseta muy inclinada como la gran mayoría de los pueblos andinos. Entre las anécdotas y recuerdos que vienen a mi mente citaré dos de ellos que por alguna razón, aún con el paso de los años se mantienen latentes.

La plaza de Santo Cristo
Era una costumbre muy bonita en La Grita que todos los días los adultos y muy en especial los jóvenes, para encontrarse, caminaran y dieran vueltas en ambos sentidos alrededor de La plaza del Santo Cristo, por lo general en horas de 5:00 p.m. a 7:30 p.m. con el aliciente de los jueves y domingos que había “retreta” con la Banda Municipal. Lo típico de esta costumbre la ideó mi hermano Pablo, quien tenía su negocio al pie de la plaza, al comprar un aparato de sonido y colocar dos cornetas frente a la plaza.

El aparato de sonido con suficiente volumen tocaba música popular y amenizaba los paseos vespertinos de los habitantes. Como tenía micrófono acostumbró a los muchachos a dedicar canciones a sus amigos o enamorados y cobraba una locha (12,5 céntimos) por cada canción y era muy agradable oír a mi hermano con voz de locutor cuando por los parlantes decía:
“Juan Duque le dedica el siguiente bolero a Luz María, el amor de su vida” (…)“La familia Escalante felicita a los esposos Sánchez-Mora en su quinto aniversario de bodas”(…)“Dulce María le dedica esta canción a José Antonio para que no la olvide”.

Las personas hacían cola para inscribir sus dedicatorias de amoríos, cumpleaños, etc., salvo en los días de “retreta” que sólo funcionaba en los intermedios.

Excursión a la Laguna Negra
En el Liceo, tanto Fruto como yo fuimos integrantes del grupo de teatro y periódicamente el grupo organizaba excursiones a lugares de interés en las cercanías del Distrito Jáuregui. Una de estas excursiones fue la de visitar “La Laguna Negra”, situada en la cima del pico “El Batallón”. Esta excursión fue con ocasión de celebrar el centenario de la llegada de los restos del Libertador a Caracas en 1842. Pensamos acampar a un lado de la laguna y regresar al día siguiente. Para tal efecto, el grupo se preparó con carpas y cobijas para pasar la noche así y como alimentos enlatados y queso blanco con papelón para el Páramo.

En mi caso particular el pasatiempo favorito era la pesca, por consiguiente nos llevamos los aperos de pesca, cordel y anzuelos, pues yo tenía conocimiento que años atrás el Ministerio de Agricultura y Cría había sembrado truchas en lagunas y riachuelos andinos.

Una mañana iniciamos la excursión y el primer tramo lo efectuamos en carro hasta una hacienda situada al pie del páramo “EL Batallón”, donde hoy se encuentra el Hotel “La Montaña” (obra de mi hermano Fruto, después que fue arquitecto). A eso de las 3:00 a.m. el grupo integrado por el profesor de castellano, cuatro (4) alumnos y un baqueano conocedor del sitio iniciamos el ascenso del páramo por un camino aún conservado, con toda seguridad de origen indígena.

Por consejo del baqueano el ascenso tenía que ser lento para que el cuerpo se fuera acostumbrando a la altura y por consiguiente a la falta de oxígeno. Lo primero que notamos luego de unas tres (3) horas de camino fue el cambio de la vegetación, pues a medida que subíamos los árboles y grandes arbustos desaparecieron y sólo se veía una ligera y suave vegetación donde sobresalía uno que otro frailejón, arbusto típico de los páramos.

Uno de los consejos que recuerdo del baqueano era:
“Si sienten cansancio o fatiga coman un poquito de papelón con queso y descansen no más de diez (10) minutos, pues tenemos que llegar a La Laguna Negra antes que caiga la tarde, para armar el campamento antes de las 6:00 p.m., ya que aquí oscurece muy rápido.”

Como a las tres de la tarde vimos relativamente cerca la cumbre del páramo. La tarde era clara pero el viento soplaba y era extremadamente frío, también notamos la proliferación de los frailejones. A eso de las cuatro de la tarde coronamos la cumbre y el espectáculo que presenciamos fue algo impresionante y muy difícil de describir con palabras. Al llegar a la cúspide del cerro observamos como una especie de valle u hondonada en cuyo centro se encontraba la famosa Laguna Negra. El rocío de los frailejones estaba convertido en escarcha, lo que indicaba que la temperatura era muy baja y el viento helado silbaba en nuestros oídos.

Iniciamos el descenso hacia la laguna de unos 150 X 200 metros de diámetro y situada a unos 50 metros más debajo de la cumbre. Con toda seguridad estábamos ante un cráter de algún volcán prehistórico que probablemente existió hace millones de años. El baqueano seleccionó un lugar cerca de la laguna para el campamento y armó las tres (3) carpas de lona para pasar la noche.

Algo que nos llamó mucho la atención fue que el viento soplaba muy suave al nivel de la laguna, a su vez el baqueano nos dijo que tuvimos suerte de no haber encontrado nieve donde instalamos el campamento. Otro recuerdo imborrable de aquella noche sin nubes fue contemplar la bóveda celeste con su inmensidad de estrellas desde un páramo andino a más de 3.000 metros de altura.

Descansamos y dormimos toda la noche, luego de una caminata de siete (7) horas, la mañana nos sorprendió con una espesa neblina típica de los páramos andinos pero al avanzar la mañana se disipó y el sol bañó la laguna para disfrutar ese hermoso paisaje. El profesor y mis compañeros se fueron a recorrer el perímetro de la laguna mientras que Fruto y yo escogimos un buen lugar para lanzar los anzuelos con resultados negativos pues tratamos de pescar usando como carnada bolitas de masa de harina o trocitos de carne.

Cuando ya nos dimos por vencidos, se me ocurrió usar una carnada artificial que había traído de Cúcuta. Esta carnada tenía pegada al anzuelo una hojita metálica de unos dos (2) centímetros y una plumita de gallina. Lancé varias veces este tipo de carnada hasta que observé que trataron de atraparla los peces, seguí perseverando hasta lograr la captura de una hermosa trucha de unos 20 o 25 centímetros aproximadamente, muy entusiasmado continué lanzando el anzuelo con la mala suerte que en una picada fuerte la otra trucha reventó el cordel y perdí el anzuelo concluyendo así el día de pesca.

El profesor y mis compañeros contemplaron la trucha y nos felicitaron, un poco más tarde, levantamos el campamento y el baqueano sugirió que a la una de la tarde era buena hora para iniciar el regreso. Nos comimos las sardinas enlatadas, las paledonias y el queso que quedaba para luego darle una última mirada a esa hermosa laguna antes de iniciar el descenso.

El viaje de retorno nos pareció muy corto pues llegamos a la Hacienda donde nos estaban esperando a eso de las 5:00 p.m. Tuvimos la satisfacción que el profesor de castellano que nos acompañó hizo circular la noticia de la trucha e incluso fue reseñada por el diario capitalino de “La Esfera” en 1943.

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