lunes, 7 de abril de 2008

El Peronilo - Capt. X

Frente a San Juan de Colón, “La ciudad de las palmeras”, se encuentra un cerro conocido con el nombre de “El Morrachón”. Al pie de aquél cerro existió o tal vez aún exista una posesión de café, caña de azúcar y ganado conocida con el nombre de “El Peronilo”.

Recuerdo a mi nona Teresa una fría tarde de enero de 1939 cuando conversaba conmigo, sentada en el corredor de la casa y fumándose su tabaquito con la candela hacia dentro de la boca, contemplando el cerro “El Morrachón”, me dijo lo siguiente: “…mirá Rafael, ¿ves ese cerro? por ahí queda “El Peronilo” y allá vivieron tus abuelos Alfonso Vivas y Juanita Morales, algún día tienes que ir a conocer la casa donde nació Angelina, tu mamá”.

Pensando en lo que me comentó la abuela, a los pocos días me puse de acuerdo con el primo Virgilio Flores Vivas, hijo de mi tía materna Rosa, para planificar una excursión y así conocer a “El Peronilo”. Efectivamente un domingo, clareando el día, salimos de la Tapiza y siguiendo las instrucciones de la abuela tomamos el “camino real” que iba de Colón hasta San Faustino y Ricaurte en la frontera con Colombia.

Bajamos por el camino real hasta llegar al río, aproximadamente a una hora del pueblo, pasamos por un puente colgante, sólo para el uso de personas, ya que las bestias y el ganado pasaban por el río, el cual en condiciones normales no era caudaloso.

Iniciamos el ascenso del cerro por el camino real aún bien conservado ya que era ancho y mantenía el empedrado original. Fuimos subiendo en forma de zig-zag hasta llegar a una meseta muy frondosa y bastante cultivada que se encontraba aproximadamente a mitad del cerro.

En esa meseta plena de árboles y cultivos se encontraba la hacienda de “El Peronilo” a donde llegamos a eso de las diez de la mañana. El camino real pasaba justamente por la entrada de la hacienda donde contemplamos una gran casa antigua colonial, con amplios corredores, techo de teja roja, ya oscuro de lo viejo, grandes patios enladrillados para el secado del café y no muy cerca de la casa grande estaba el típico trapiche para procesar la caña de azúcar y obtener la panela (papelón).

Nos dimos a conocer con los habitantes de la casa diciéndoles quiénes éramos y porque habíamos venido. Ante esta aclaratoria nos brindaron hospitalidad, nos ofrecieron desayuno y respondieron a nuestras preguntas.
Posteriormente en compañía de un muchacho de nuestra misma edad, recorrimos la casa, los patios, el trapiche y así conocimos donde vivieron nuestros abuelos y nacieron nuestras madres cuarenta o más años antes, allá por el 1900.

Después de recorrer la casa, el chico de la hacienda que nos servía de guía, nos invitó a conocer “el callejón del milagro”, que según él, si teníamos suerte, en el lado del riachuelo solían encontrarse piedritas de vidrio muy bonitas (cristal de roca).

Como a unos 15 minutos de camino llegamos al riachuelo milagroso y al llegar el chico nos dijo: “…hay que escarbar y lavar la arena hasta encontrarlos”. Empezamos a escarbar y lavar arena y a la media hora ya teníamos varios pequeños cristales de roca, puros y cristalinos, de formas simétricas y romboidales. Conservamos las más perfectas como recuerdo.

Más tarde el chico sugirió: “…sigamos buscando, tal vez consigamos alguna “concha”. Continuamos removiendo arena riachuelo arriba y riachuelo abajo, sin encontrar nada , ya fastidiados media hora más tarde cuando decidimos regresar, encontramos una media “concha de nácar”, de color rosado pálido y de unos cinco (5) centímetros de diámetro.

De regreso a la hacienda cuando pasábamos por un potrero de tierra arcillosa, nos llamó la atención unas bolitas grises y semi-sólidas en las huellas del casco del ganado, que cuando las tocábamos se dividían en bolitas más pequeñas. Recogí algunas en una hoja de naranjo y luego las botamos sin darles importancia. Durante el almuerzo la señora de la casa muy amable nos comentó que ella sí sabía que por los años de 1890 y 1900 vivieron en esa casa nuestros abuelos Alfonso Vivas y Juanita Morales.

Después de haber tenido esa gran satisfacción de conocer la casa donde nacieron nuestras madres, mi primo Virgilio y yo, nos despedimos de los hospitalarios habitantes de la casa, les dimos las gracias por sus atenciones y en horas de la tarde regresamos a San Juan de Colón.

Un día comentando con mi padre lo visto en “El Peronilo”, me explicó que las “conchas de nácar” eran conchas de ostras marinas que según él, podían tener diversos orígenes: o eran conchas traídas desde el mar por una tromba marina que descargó el agua en esa región hace cientos o miles de años, o a lo mejor, el cerro “El Morrachón” hace millones de años pudo estar sumergido o orillas del mar. Incluso me dijo, que los platillos de la balanza que tenía en la tienda eran dos conchas de ostra, que él había encontrado en San Faustino – Colombia, cuando estaba en el exilio.

Con relación a los cristales de roca, papá suponía que era normal que estos se encontraran en la mayoría de las quebradas andinas, y en cuanto a las tales bolitas en las huellas del casco del ganado, simplemente me dijo que lo que habíamos visto era azogue.

Ya hombre y recordando los comentarios de mi padre estuve de acuerdo con él en cuando a las “conchas de nácar” y a los cristales de roca. Respecto al azogue, que es mercurio, tengo entendido que se encuentra en la naturaleza en forma de sulfuro de cinabrio, de color rojo y se obtiene por destilación, pero ignoro si puede encontrarse en estado puro.

Por lo tanto siempre he tenido la duda sobre el origen de las bolitas que vimos y tocamos en las huellas del ganado del aquél potrero en “El Peronilo”.

Pinceladas de un gran río.
“Diario de un viaje” meticulosamente escrito en 1846 por el francés Eugéne Thirion Montauban cuando remontaba las corrientes del río Orinoco, saliendo de angostura el 12 de Febrero de 1846 en compañía de César Dalla Costa, rumbo a San Carlos de Río Negro.

El 21 de Febrero llegan a Caicara del Orinoco y Thirion la describe de esta manera “…es una pequeña ciudad muy vieja, casi destruida, restos de casas y callejuelas indican que aquí vivieron los españoles, creo que hay minas de mercurio en las montañas rocosas que rodean a Caicara, pues observo gotas del metal en los intersticios del empedrado de las viejas callejuelas”.

Este comentario, relatado por Eugene Trillón Montauban en su expedición, plantea una situación similar a la que vivimos Virgilio y yo, cuando vimos las bolitas de mercurio en “El Peronilo”, al pie del Morrachón, aquella tarde de 1939.

1 comentario:

qcho dijo...

Tengo entendido que el Mercurio era utilizado en la extraccion de oro cerca de los riachuelos. Sera posible que ese Mercurio que encontraste se producto de esa actividad rio arriba o en a;os anteriores?

Saludos,
Cucho