Cuenta la leyenda que un anciano, quizá bajo tortura, contó a los conquistadores europeos del pueblo Chibcha de Colombia la historia del hombre dorado. Esto bastó para que los opresores partieran hacia el este, pero también inició una búsqueda de siglos de la mítica tierra. Cientos de miembros de una tribu vinieron de lejos para reunirse a la orilla de un profundo y oscuro lago en el cráter de un volcán extinto, a 3.000 metros sobre el nivel del mar. Un murmullo recorrió a la multitud mientras se hizo la solemne ceremonia. El jefe fue desvestido por ayudantes, se le puso arcilla en el cuerpo desnudo y se le salpicó con polvo de oro hasta que se convirtió -como lo describió un cronista español en 1636 en "El dorado".
Fue llevado hasta una balsa, donde se le unieron cuatro caciques. Después de ser cuidadosamente cargada con ofrendas de oro y esmeraldas, se empujó la balsa hacia el lago. Los cantos y la música reverberaron desde las montañas vecinas conforme el ritual llegaba a su clímax. Luego, silencio. Los caciques tiraron las ofrendas al agua y después el jefe se tiró, emergiendo de las profundidades con el cuerpo limpio de su capa áurea. La música se reanudó para Ilegar a un nuevo crescendo. Juan Rodríguez Freyle, el español que tan vívidamente describió la escena, nunca presenció la ceremonia. Ciertamente que cuando lo escribió, el ritual de El dorado, si es que alguna vez se Ilevó a cabo, era cosa del pasado.
Casi un siglo antes, los conquistadores españoles convergieron en el altiplano de lo que ahora es Colombia para buscar su legendario tesoro, y sólo lograron exterminar la cultura Chibcha. Remoto y oculto de los valles cercanos, el lago colombiano Guatavita está situado a una altura de 3000 m. A la izquierda del lago puede verse la zanja con la que los europeos quisieron vaciar sus aguas. Fracasaron todos los intentos para recuperar los tesoros del lago.
Otros aventureros españoles siguieron a Pizarro y Orellana, ampliando el recorrido de su misión de descubrir El dorado por los ríos Amazonas y Orinoco. Entre ellos, el expedicionario más persistente fue Antonio de Berrío, Gobernador de una vasta franja de tierra entre los dos ríos. Al igual que otros que partieron antes que él, Berrío estaba convencido de que El dorado estaba en un lago enclavado en la cima de una montaña. Pero él afirmaba que los Incas, al ser derrotados, no fueron al Guatavita, sino a un lago en las montañas de Guayana, donde fundaron una fabulosa ciudad, Manoa, de la que se contaba que incluso sus calles estaban pavimentadas con oro. Entre 1584 y 1595, Berrío comandó tres expediciones a Guayana.
En la tercera prosiguió hasta la isla de Trinidad, donde se encontró con sir Walter Raleigh, quien trataba de restaurar su mermada reputación de colonizador. Durante una ronda de bebidas, el inglés sonsacó de Berrío el secreto de El dorado, aprisionó temporalmente al español y regresó a Inglaterra para describir las bellezas de Manoa y El dorado, como nombró al reino del hombre de oro. Raleigh no necesitó ver para creer a pie juntillas que las riquezas de El dorado eran mayores que las del Perú. Ciertamente, escribió, “por su grandeza, por sus riquezas y por su excelente situación, (Manoa) excede con mucho a cualquier otra del mundo...” Pero el libro de Raleigh sobre Guayana no despertó interés y su propio intento de Ilegar a El dorado también fracasó (Libro traducido al español por el medico arqueólogo Dr. Antonio Requena).
El Dorado que tanto buscaron los conquistadores españoles y soñó Sir Walter Raleigh en su libro doradista, lo estamos viendo hoy hecho realidad, cuando vemos en lo que se ha convertido La Zona del Hierro. En 1952 nadie pensaba que aquí en la confluencia del río Caroní con el Orinoco se edificaría una ciudad que abarcaría la histórica San Félix y las sabanas a la izquierda del Caroní en su desembocadura en el Orinoco, que se llamaría Ciudad Guayana.
Algunos nos consideraban locos y afirmaban que esto seria otro campamento minero más como tantos otros en la historia. Pero llegaron a San Félix Ciudad Bolívar y Puerto Ordaz con sed de aventuras, andinos, zulianos, centrales, orientales, italianos, españoles, portugueses, norteamericanos, alemanes, hindúes y últimamente japoneses, y estos hombres de otras latitudes, juntos a los venezolanos “quemaron sus pestañas”, trabajaron de sol a sol, cada uno contribuyó con su grano de arena en su especialidad, para crear la Ciudad Guayana de hoy.
Aquí en esta región renació “El Dorado” aquella legendaria Manoas con la que soñó Sir Walter Raleigh, pues Guayana no sólo es la zona del oro que ilusionó a los conquistadores españoles, sino que también resultó ser la Zona del Hierro, del aluminio y los diamantes, además de su torrentoso río Caroní con su gran potencial hidroeléctrico, contando a su vez con su excelente ubicación geográfica a la orilla de dos grandes ríos. A Venezuela la bendijo Dios en la creación del mundo, le dio al norte del río Orinoco las reservas más grandes del mundo en oro negro: El petróleo y al Sur del mismo río le concedió una de las reservas más grandes también del mundo en mineral de hierro, a orillas de ese inmenso potencial hidroeléctrico del río Caroní.
Los nombres de estos pioneros deben quedar en la historia del nacimiento de esta ciudad como un ejemplo a los que vendrán mas tarde. Puerto Ordaz, pasó de ser un simple campamento minero, en construcción a la orilla del Caroní en 1952, que junto a San Félix sólo contaba con unos 4.000 habitantes, a la Ciudad Guayana del año 2.000 con más de 700.000 habitantes con sólo 50 años de vida, un récord en la historia no sólo de Venezuela sino de la América. El resurgimiento de este legendario “Dorado” en el año 2.000 que vemos, conocemos y palpamos en toda la región de Guayana, fue posible gracias a aquel famoso decreto número 430 del 29 de diciembre de 1960 cuando el Ejecutivo Nacional creó la Corporación Venezolana de Guayana, siendo su primer Presidente el General Rafael Alfonzo Ravard.
La C.V.G. le ha dado fiel cumplimiento a toda una serie de adjetivos que le fueron encomendados en su creación. El General Ravard fue el pionero, quien desde 1953 en la Electrificación del Caroní en Macagua I y después durante 14 años hasta 1974, guió magistralmente a la C.V.G. construyendo las sólidas bases de la Zona del Hierro de hoy.
Luego vino el Ing. Argenis Gamboa en 1974 y el Ing. Andrés Sucre Eduardo, quienes siguieron los pasos del General Ravard, consolidando a la C.V.G. Ferrominera Orinoco C.A. en la explotación del mineral de hierro, al Plan IV de C.V.G. Sidor C.A. , al complejo del aluminio y a la Electrificación del río Caroní. Y finalmente llegó el gran constructor, el nativo de Bolívar: El Ing. Leopoldo Sucre Figarella, quien engrandeció y le dio forma definitiva a ese inmenso Parque Industrial de Guayana, a él le debemos la vialidad de Ciudad Bolívar hasta Santa Elena, la culminación de la Central Raúl Leoni, Macagua II, el puente “Angosturita” y el complejo C.V.G. Proforca en su inmensa siembra de pinos única en el mundo. Y en los últimos años la C.V.G. ha tenido otros presidentes: el Dr. Clemente Scotto, y el General: Francisco José Rangel Gómez quienes continuaron las obras de sus antecesores tales como el II puente sobre el río Orinoco, la Central Caruachi y los preliminares de la Central Tocoma ultima del bajo Caroní, la Planta de Pulpa y Papel y el III puente sobre el Orinoco.
Como hemos visto la Zona del Hierro es “El Dorado” con el que soñaron los conquistadores, es “El Dorado” del siglo XXI”, que un gran número de pioneros venezolanos y extranjeros de allende los mares llegaron se quedaron y contribuyeron con su grano de arena; sufrieron penalidades, hicieron sacrificios, para que guiados, secundados de la mano de la C.V.G. vieran realizados sus sueños en la Ciudad Guayana de hoy : “El Dorado del siglo XXI”.
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