lunes, 7 de abril de 2008

Mi viaje a Caracas - Capt. XV

Para 1943 mis tres hermanos mayores se encontraban en Caracas, Roberto y Justo trabajaban en la Oficina Central de Identificación de la cual eran fundadores y Deodá estaba estudiando en la Escuela Municipal de Enfermeras.

José Roberto sugirió que Fruto y yo nos trasladáramos para Caracas a continuar estudios en esa capital, Fruto continuaría el bachillerato y yo tenía esperanzas de ingresar en la Escuela Militar. Efectivamente en la primera semana de septiembre de 1943 nuestro padre nos envió a Caracas en unos de los autobuses de la Línea A.R.C, que hacía la travesía San Cristóbal – Caracas. Nuestro equipaje consistía en dos especies de maletas hechas de madera, es decir dos baúles muy pequeños.

El viaje a Caracas en esa época en pequeños autobuses con capacidad para 24 pasajeros duraba cuatro (4) días; en la primera jornada se dormía en Mérida, en la segunda en Valera, la tercera en Barquisimeto y el cuarto día y última etapa se llegaba al Terminal de la Línea A.R.C en Puente de Hierro en Caracas.

Recuerdo que la salida era antes de las siete de la mañana y el autobús hacía varias paradas para tomar agua y poner gasolina, también para que los pasajeros comieran y descasaran, llegábamos a las posadas llenos de polvo, pues toda la carretera trasandina era de tierra y la polvareda que levantaban los demás carros entraba al autobús.

En estas paradas se desayunaba y se almorzaba, el desayuno costaba 0,75 (real y medio) y consistía en arepas, caraotas, queso, mantequilla y café. Un buen almuerzo con plato de sopa, arroz, carne, ensalada y tajadas de plátano costaba un bolívar, y por pasar la noche en la posada donde pernoctaba el autobús también pagábamos un bolívar.

Cuando salimos de Cordero nuestro padre nos dio 30 bolívares para los gastos del camino y nos dijo coman bien que esto les alcanza para el viaje. A eso de las 5:00 p.m. llegamos a Mérida llenos de polvo y cansados, el autobús se detuvo en una pensión ubicada en la calle Lora. Ese día nos lavamos, comimos bien y a dormir. De esta posada recuerdo que en la mañana al asomarme a la ventana de la habitación, noté que la pensión se encontraba en las cercanías de un río cristalino y con mucho caudal de agua, supe que ese río es el Albarregas, y en hoy día de ese caudaloso río cristalino queda un canal que solo tiene agua durante el invierno.

En el segundo día pasamos mucho frío cuando estábamos subiendo a San Rafael de Mucuchíes, hasta llegar al monumento del águila a eso del mediodía, con la suerte de que estábamos en septiembre y estaba nevando en el páramo.

En el tercer día después que el autobús paró para almorzar al chofer le avisaron que tuviera mucho cuidado cuando nos acercáramos a Carora pues las quebradas estaban en crecida y no existían puentes. Cuando llegamos a los llanos de Carora, el chofer preguntó a los lugareños y estos dijeron que podíamos continuar porque ya las crecidas habían terminado y no había peligro, así que llegamos a Barquisimeto muy temprano a eso de las 4:00 p.m. Llegamos a la Pensión, nos dimos un baño y salimos a conocer a Barquisimeto. En esta ciudad tuvimos dos anécdotas las cuales les relataré a continuación:

La pensión donde llegó el autobús de la Línea A.R.C estaba justo frente al Parque Ayacucho de Barquisimeto, por lo tanto lo primero que hicimos fue entrar al parque integrado prácticamente por cuatro (4) manzanas y con ocho (8) entradas similares. Una vez en el centro de este monumental parque pasamos un buen rato contemplando el monumento ecuestre del Mariscal Sucre y cuando fuimos a salir descubrimos que las ocho entradas eran iguales y con los mismos jardines, al azar tomamos una salida, pero no era la de la pensión, lo mismo se repitió un par de veces, hasta que un policía que nos estaba viendo, se acercó y nos saludó afectuosamente, entonces fue cuando le dijimos que estábamos perdidos. Luego que nos interrogó y supo que estábamos en la pensión de la Línea A.R.C., riéndose nos señaló la salida correcta y nos dijo “en esa esquina queda la pensión”, le dimos las gracias y salimos de ese maravilloso parque.

La segunda anécdota ocurrió poco después, tomamos por una sola vía con la intención de regresar por la misma, con la finalidad de distraernos y a la vez comer algo antes de regresar a la pensión, luego de caminar como tres (3) cuadras vimos un letrero que decía “Café y Comida” e inmediatamente entramos al local y preguntamos que había de comer, el hambre que teníamos nos jugó una mala pasada, pues la señora riendo nos dijo que no vendían comida, nosotros le respondimos “pero ahí dice “Café y Comida” a lo que la Señora nos respondió “no jovencitos, afuera lo que dice es “Corte y Costura”.

Al final regresamos tarde a la pensión y nos acostamos sin comer. Llegó el último día del viaje y salimos de Barquisimeto a las 8:00 de la mañana siendo nuestra primera parada en Tocorón para descansar y tomar desayuno.

En este sitio funcionaba una alcabala de resguardo y todos los carros que venían de la frontera con Colombia eran requisados buscando contrabando, allí revisaron el equipaje de todos los pasajeros. Cuando le tocó el turno a los dos baulitos de madera, un policía los revisó, y encontró en el baúl de mi hermano Fruto una pistolita de juguete hecha artesanalmente por él allá en Cordero, le dijimos que era de juguete hecha por nosotros, pero como estaba muy bien acabada realmente parecía de verdad, el policía no creyó en nuestros argumentos, la examinó y la decomisó. Mi hermano sí debe recordar si la tal pistolita era o no de juguete.

Continuamos el viaje y llegamos a Puente Hierro en Caracas a las 7:00 p.m. de la tarde. Las instrucciones que teníamos eran que al llegar a Caracas tomáramos un taxi para que nos llevara a la placita España y que allí nos irían a recoger. Efectivamente un chofer de alquiler por 1,50 bolívares nos llevó a la plaza España, y allí, bajo un farol de la placita, nos sentamos sobre los baúles y comenzó la espera. Coincidencialmente en la casa que estaba justo frente a nosotros observamos que un señor catire salía cada rato a la puerta y miraba hacia los lados, hasta que en una salida que dio cruzó la calle y nos preguntó si nosotros veníamos de los andes, le dijimos que sí y que estábamos esperando a un hermano llamado Roberto, al oír este nombre nos abrazó y nos dijo que era primo nuestro y que él nos estaba esperando. Cruzamos la calle y entramos a la casa, donde vivían Roberto y Justo en unión de Jerónimo Vivas hijo de mi tía Ana María.

Luego llegaron Roberto y Justo y se contentaron con nuestra llegada. A la mañana siguiente en reunión de familia yo comenté la idea de ingresar en la Escuela Militar, pero José Roberto, el hermano mayor, luego de varios razonamientos, opinó que el futuro de Venezuela estaba en la Industria y que yo debería ingresar en la Escuela Técnica Industrial, ya que pasados cinco (5) o seis (6) años podía salir a trabajar en las petroleras y que Fruto continuaría sus estudios de bachillerato.

Efectivamente Fruto continuó el bachillerato y con muchos sacrificios logró culminar la carrera de Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. Yo terminé mis estudios de mecánica en la Escuela Técnica Industrial ubicada en la Esquina de San Lázaro, y obtuve el título de Técnico Mecánico y no el de General del Ejército, como me hubiera tocado en la promoción “golilla” del año 1946, si hubiese hecho la carrera militar. Tuve la suerte de estudiar bajo la dirección del Ing. Luis Caballero Mejías fundador de las Escuelas Industriales de Venezuela.

1 comentario:

oscar perez dijo...

Que buena anécdota, felicitaciones por ese encantador relato. Lástima que su hermano Fruto se metió a chavista con lo que desbarató con las patas lo que hizo con las manos