En una mañana de agosto de 1973, salimos de vacaciones desde Puerto Ordaz, vía Los Andes, en mi carrito “Valiant,” con mi esposa Beatriz y mis cuatro hijos, Virginia, Vilma, Rafael, y Keyla, todos ellos entre 17 y 8 años.
Nuestra primera parada fue en Acarigua, donde llegamos a eso de las cinco de la tarde a casa de un matrimonio amigo, los esposos Rubén Rodríguez y Raflé de Rodríguez, cultivadores de arroz, conocidos de Caracas antes de nuestro matrimonio en 1955. Allí comimos y pasamos la noche en una calurosa acogida recordando anécdotas de aquella Caracas de los años 50.
Al día siguiente, después de un sabroso desayuno criollo, a eso de las 8 de la mañana emprendimos de nuevo el viaje hacia Los Andes por la vía Panamericana para llegar a San Cristóbal y continuar hacia el pueblito de Cordero, llegando a las 5 de la tarde a casa de mi hermana Livia esposa de Don Ramón Chacón.
En ese Pueblito de Cordero transcurrió mi infancia hasta mi salida hacia Caracas en 1943. Allí en Cordero tuve la satisfacción de evocar recuerdos de mi infancia, de hace más de 30 años por ejemplo: Visitar “El Sol de los Andes”, la casa de los Vivas, los restos de el Dique de la Cordera, la iglesia y su plaza, el barrio de La Cruz, los restos del Ingenio de los Chacón (su Trapiche y el trillado de café), la Tienda de Julio Sánchez y su “calentadito”(aguardiente de alambique aliñado con especias).
También como no recordar nuestros juegos de antaño, el trompo, el gurrofío, las metras (pichas o paraparas), las cometas, las chinas o gomeras caza pájaros, las tardes de pesca de sardinas en el río Torbes o la quebrada de la Cordera, las tardes de Semana Santa tocando matraca por las calles del pueblo y por último nuestros carritos de cajas de madera de mi hermano “El Capino” Fruto y yo “El Congo” como nos llamaban nuestros hermanos mayores.
No conocimos los patines, las bicicletas, las tortas de cumpleaños ni los juguetes o regalos por Navidad, pero sin lugar a dudas fue una infancia muy feliz que recuerdo con cariño y emoción.
Don Ramón Chacón, mi cuñado, me comentaba que la tecnología moderna lo había llevado a remplazar la rueda hidráulica que movía el Ingenio, creada por Don Rufo y Don Abelardo su padre y tío, por un moderno motor de gasolina, pero que conservaba la rueda como un recuerdo del Ingenio de antaño.
Mis hijos y los hijos de Livia se hicieron muy amigos y a los pocos días ya hablaban con el típico acento “gocho”.
De Cordero nos fuimos a San Juan de Colón, ciudad ésta donde yo estudié 5º y 6º grado y nos hospedamos en el hotel "Las Palmeras", pues a Colón se le conoce también como la ciudad de Las Palmeras. Allí todavía vivían mis tías Teresa,María Antonia y Ana María de Pacheco, con los primos Pacheco Vivas y otros cuantos primos más. Luego de visitar y alternar con mis tías y primos, mi primera intención fue la de ver la Piedra del Mapa con sus petroglifos y el Colegio Sucre donde estudiaba.
De pronto me encontré frente a una piedra muy pequeña, muy distinta a la piedrota que recordaba a mis doce años; luego fui al colegio Sucre que aún continuaba al lado de la Casa Cural detrás de la Iglesia y el padre cura Párroco me acompaño a visitar las aulas de clase. Mi mayor sorpresa fue ver todavía mis iniciales grabadas en un pupitre pues todavía se conservaban esos rústicos pupitres de madera de los años 30 y 40.
Como estábamos cerca de la frontera era una visita de rutina ir a Cúcuta en la vecina República, nos despedimos de las tías y primos y en tres horas cruzamos la frontera, el bolívar se encontraba a 8 pesos colombianos, fuimos a la zona comercial y nos aperamos de ropa y zapatos de cuero de alta calidad. En esta ciudad fronteriza nació mi hermana Deodá durante el exilio de mi padre al inicio de los años 20 por sus actividades revolucionarias al lado del General Juan Pablo Peñaloza.
De Cúcuta regresamos a san Cristóbal para visitar a mi hermano Pablo José, su esposa Valentina y los sobrinos Vivas Peña: Luis Horacio, Gladys, Pablo, Dheoda y Vladimir.
Nos despedimos de ellos y continuamos rumbo a Cordero para iniciar el regreso a Puerto Ordaz.
Después de unos cuantos abrazos con Livia, Don Ramón y sus hijos emprendimos el regreso vía carretera Trasandina, la cual tiene imborrables momentos para toda mi familia, en las curvas del páramo de La Negra allá por los años de 1926, pasamos por Mesa de Aura y los Mirtos y vimos los maravillosos cultivos de rosas y claveles para llegar a "La Grita" donde nos hospedamos en el Hotel "La Montaña", obra maestra de arquitectura en madera de mi hermano el arquitecto Fruto, éste hotel queda al pié del Páramo del Batallón en las cabeceras de La Grita.
De La Grita tengo gratos recuerdos, allí en el Liceo Jáuregui iniciamos Fruto y yo el primer año de bachillerato cuando vivimos con mi hermano Pablo José, quien tenía al pie de la plaza su célebre "Américan Bar ". Como no recordar los altavoces de Pablo José cuando por una locha los muchachos dedicaban canciones a sus enamoradas en las noches de retreta en los intervalos, el Santo Cristo de La Grita, las misas cantadas con la presencia de los cadetes de la Escuela de Clases con su director el Capitán Rafael Virgilio Vivas, la excursión a la Laguna Negra en la cumbre del páramo del Batallón, el Colegio Santa Rosa de Lima donde estudiaban mis hermanas Deoda e Isaura, etc...
Continuamos el regreso a Puerto Ordaz y me detuve al pié del Páramo de La Negra en un sitio donde se divisaba el espectacular valle de Sabana Grande. Al lado de la carretera en una bodeguita estaba un señor de unos 70 años, me acerqué y le pregunté si era de la región y me respondió que por allí había nacido, entonces le pregunté si había conocido a Don José H. Vivas de cuando construían la carretera y me respondió “como no el tuerto José H. era muy conversador “, cuando le dije que yo había nacido por esos rumbos me respondió “entonces usted nació en una curva llamada La Guacharaca y el otro muchacho nació cuando mudaron el toldo a la curva del Callejón del Verde mucho más arriba y yo conocí a la comadrona que asistió a su mamá y esas ruinas que se ven en esa loma son de una casa muy bonita a donde su mamá venía mucho con toda la muchachada” ; ésta conversación en presencia de mi esposa e hijos me llenó de gran satisfacción ya que estábamos muy cerca del sitio donde nacimos, yo un 24 de octubre de 1926 y Fruto un 21 de enero de 1928.
Continuamos camino y tuvimos la suerte de que estaba nevando cuando llegamos al pico del Águila y toda la serranía estaba cubierta de nieve, algo muy bonito ya que nunca habíamos visto como era caer la nieve. Teníamos planificado ir a Mérida pero mi hija Virginia tenía que presentarse a la Universidad Central para iniciar sus estudios de Arquitectura. Y tuvimos que continuar hacia Puerto Ordaz y así terminaron estas inolvidables vacaciones en Los Andes Venezolanos en agosto de 1973.
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